Origen del club
Hacer memoria.
Cuidar la historia.
Recordar los orígenes.
Respetar a nuestros antecesores.
Empatizar con sus decisiones.
Alegrarnos por sus logros.
Construir sobre sus cimientos.
Mejorar, innovando sobre lo fundado.
Agradecer y reconocer.
Estos son nuestros valores.
Así honramos nuestros orígenes.
Estos son nuestros valores.
Así honramos nuestros orígenes.
Club Santa Bárbara
El Club Santa Bárbara es el maravilloso fruto de una combinación de aventura, genialidad y disparate. La creatividad y el coraje de algunos, el compromiso y el esfuerzo de varios, y la confianza de un montón.
Un puñado de amigos vecinos de Santa Bárbara quienes, en una noche de charlas, tragos y cartas, encendieron la llama: nuestro barrio necesita un club. Lo deseaban las familias por varias necesidades: deportes, bienestar, salud, comunidad, logística.
Crear un espacio saludable para el encuentro familiar, la vida social, el desarrollo cultural, la diversión. Un lugar para disfrutar más de la vida.
Lanzarse al sueño sin dinero, sin experiencia en algo similar, sin estructura operativa, y con la única certeza de crearlo a pulmón, sin ánimo de lucro y con un espíritu cooperativo.
Fundadores, pioneros y trabajadores invirtieron cabeza, corazón y manos, en un complejo emprendimiento que requirió coraje para asumir riesgos, templanza para superar conflictos y paciencia para derribar burocracias.
Algunos detalles que ilustran esa complejidad: negociar y lograr una “opción de compra de un predio costoso”, sin contar con recursos financieros para efectuar una reserva; tramitar habilitaciones municipales y factibilidad de obras; crear una sociedad anónima sin fines de lucro y sumar como “socios” a los inversores, entre otros.
El desafío ambicioso de convocar y persuadir a 700 personas y familias sobre la oportunidad de invertir 3700 dólares a “pura confianza” ante un escueto plan, unos bocetos y una maqueta.
A su vez, invitarlos a “reemplazar” sus clubes, cambiando tradiciones y colores, y arriesgándose en la etapa germinal de una institución.
Debatir y consensuar el formato, conciliando intereses particulares y mayoritarios y cuidando la “intuición” y prioridades de la fundación.
Una movida algo utópica, es cierto, pero es así como ven la luz los proyectos que engrandecen, perduran y transforman la vida de las personas y de las comunidades.
El equipo fundador: ambicionar con audacia
La idea soñada apareció una noche de agosto de 2006, en una conversación espontánea en medio de una charla de amigos y unas rondas de póker.
El juego devino en “delirio”, y tras un tsunami de ideas, fue naciendo el club con los pensamientos y fantasías de Eduardo Finn, Martín Jellousheg, Horacio Benvenuto y Marcelo Liern.
Impulsados por sus cualidades individuales -visión, convicción, empuje y análisis- dieron los primeros pasos: buscar una fracción de tierra, bocetear el diseño y sumar liderazgo operativo (alguien dispuesto a invertir tiempo y ganas para empujar los avances).
Para esto convocaron a Daniel Sanés, de perfil comercial, habilidades sociales e incansable perseverancia, quien propuso sumarse a riesgo, al fijarse honorarios que dependerían del progreso y la concreción del club.
Este mismo acuerdo a “riesgo” fue aplicada al proyecto arquitectónico y al diseño del masterplan, asumido por el Estudio Gulland con entusiasmo y compromiso.
A su vez, decidieron ampliar el equipo fundador, complementándolo con otros perfiles: Beni del Carril, para colaborar con el marco legal; Jack Smart , con la identidad, la cultura y la comunicación; y Pablo Muñoz, aportando en los rubros de planificación y finanzas.
Se había formado un equipo diverso y “heterogéneo” que podría garantizar el avance del proceso, aunque el camino -por esta misma cualidad – fuera complejo, cambiante y colmado de contrapuntos.
Un equipo fundador que podía encuadrarse en un abanico repleto de matices: operativos, financieros, legales, administradores, comerciales y filosóficos… numéricos y poéticos … confiados y escépticos… volados y concretos… arriesgados y conservadores… extrovertidos y callados… pacientes e impulsivos… obedientes y rebeldes… emocionales y pensantes.
Por otra parte, gracias a la riqueza de esas miradas divergentes, el equipo estuvo siempre equilibrado en los sistemas internos de control: una postura excesiva de confianza era complementada por una auditora, a los soñadores disparatados los enraizaban los hábiles en el uso de las tablas de cálculo.
Compartían un largo desafío por delante: tres años estimados entre la idea y las obras, un extenso recorrido de reuniones, debates y negociaciones.
Tras analizar distintos lotes en la fracción del Parque Industrial de Tigre, lograron firmar un compromiso por 6 meses que garantizaban un opción de compra por un lote de cuatro hectáreas.
El trámite implicaba el análisis de la factibilidad, la conformación por parte de la Municipalidad de Tigre y los entes reguladores competentes.
Era el lugar ideal, por encontrarse frente al ingreso del barrio por la calle Austria, facilitando el tránsito, la seguridad y el movimiento autónomo de los más chicos.
Gracias a ello, “la idea disparatada” contaba con la fracción de tierra, bocetos, planos y una magnífica maqueta física -tangible y real- que habilitaba y creaba el futuro: ya no se trataba de un sueño disparatado.
Si bien los fundadores estaban entusiasmados y optimistas, también compartían algunos temores – no siempre visibles- de incumplir los compromisos asumidos o dañar la confianza personal con amigos, vecinos y familiares. Este factor de estrés los motivaba a duplicar la dedicación y analizar meticulosamente cada movimiento para acertar mucho y fallar poco.
Las decisiones eran muchas y de diversa naturaleza. Solo “amigados” con la imperfección, podrían ser ágiles y flexibles para avanzar.
En la mayoría de los asuntos se sabían “novatos” y los abordaban desde un presumible sentido común, aunque no siempre era común entre ellos.
Obviamente, ninguno había fundado un club, un emprendimiento que suponía abordar cuestiones tan disímiles.
Desde el origen decidieron liderar un proyecto comunitario, convocando a la confianza, la transparencia y el espíritu cooperativo, y resolviendo la forma en la figura de una Sociedad Anónima sin fines de lucro.
La cooperación en la génesis del proyecto: Si “todos ponemos”, esto se hace.
De las promesas a las firmas
Se necesitaba la “cooperación” y el involucramiento de las partes, requiriéndose un aporte de U$S 3.700 de un mínimo de 643 socios (sobre un máximo de 724 socios/acciones), en su mayoría residentes del homónimo barrio vecino.
¿Cómo sumar tantas personas y familias inversoras al proyecto?
La innovación fue armar un equipo promotor y comercial de veinte personas que fueran los “pioneros”, con la meta individual de convocar a 25 familias cada uno, con el incentivo de ser bonificados en el aporte inicial.
Un esquema de “venta directa” con mutuos beneficios: el pionero “vendía” por U$S 92.500 dólares y recibía una recompensa del 4 % de su “venta”.
Por supuesto, el asunto tenía varios condimentos adicionales. Cada pionero debía inspirar confianza, explicar claramente, tolerar la incertidumbre, motivar e inspirar a los interesados. Se transformaba en el “vocero natural y cercano” ante sus 25 “contactos”, una función más de contención que de explicación, porque la mayoría de las consultas no tenían respuesta, ni la tendrían en el corto plazo.
El esquema de “difusión y venta” implicaba una agenda de reuniones en casas y en un vagón en la administración del barrio, con presentaciones generales, promesas acotadas y un único mensaje: “Lo hacemos entre todos o no se hace”.
Algunos pocos demandaban detalles imposibles de responder o pedidos inviables de garantizar. A quienes tuvieran una mirada escéptica, pesimista o cínica era preferible invitarlos a “no sumarse”. El barco estaba demasiado pesado para soportar a quienes remaran en contra, porque una cosa es proponer y sumar, y otra muy distinta es erigirse en juez y cuestionarlo (casi) todo.
El “trabajo” del pionero incluía la convocatoria a las reuniones, la presencia como signo de su compromiso y apoyo, y el seguimiento al potencial socio hasta la rúbrica del contrato.
Se necesitaba CONFIAR en todo sentido: en las buenas intenciones de los fundadores y los pioneros, en sus valores, su capacidad y el espíritu esencial del proyecto.
El broche final se logró al sumar al BBVA como administrador de los aportes y garante de su preservación.
En tres meses de reuniones y contactos, se alcanzó el objetivo para una primera etapa y al cuarto mes, con el impulso de esas familias, se superaron las 600.
Entusiasmo, vértigo y realidad: la suerte estaba echada.
De las firmas a los planos
Alcanzado el volumen de socios, firmados los contratos y recaudada la inversión inicial, se inició la fase de diseñar la infraestructura en detalle, conciliando voces diversas: definir cada metro cuadrado asignado a espacios deportivos, recreativos, sociales y culturales.
Atravesados exitosamente los mojones fundacionales -tierra, socios, aprobaciones y proyecto- el equipo sostuvo una dinámica de conexión diaria y varias reuniones semanales, dedicadas a analizar y decidir sobre innumerables aspectos.
Simultáneamente, visitar y analizar emprendimientos similares, convocar a “expertos” y “googlear”, para tomar conciencia de la inmensa diversidad de criterios, opiniones y preferencias.
¿Cómo calcular la cantidad de usuarios reales que tendría el club al inaugurarse?
¿Cómo estimar el valor de las cuotas?
¿Era necesario estipular un espacio de estacionamiento?
¿Vale la pena hacer una pileta?
¿Se usará un gimnasio?
¿Ponemos un espacio para charlas y actividades culturales?
¿Cuántos baños deberíamos construir?
¿Hacemos canchas de fútbol? ¿De hockey? ¿De rugby? ¿De vóley? ¿De básquet?
¿Cuántas canchas de tenis serían suficientes?
¿De qué material hacer las canchas?
¿Cómo deberían orientarse para evitar la molestia del sol de frente?
¿Incluimos otros deportes grupales?
Casi todas las cuestiones inherentes a la vida humana tienen bibliotecas diversas, y en nuestra sociedad esto pareciera estar multiplicado.
Teorías y criterios por doquier, fundamentos sólidos y posiciones antagónicas.
El avance exigía coraje y lucidez para responder ante cada uno de los dilemas, propiciando el consenso, pero también aceptando “perder” posiciones.
¡Egos atrás!, necesitamos avanzar.
De los planos a las obras
Hay ocasiones en que analizar demasiado, detiene la marcha y paraliza las decisiones. El Club no podía darse ese lujo: había muchas miradas al acecho, personas confiadas que necesitaban “palpar” los avances.
Aunque parezca increíble, la primera labor fue ir sacando los animales del predio, “vacas que por ser originarias se percibían sagradas”. (las imágenes lo testimonian).
Con algunos papeles en regla -quizás no todos- empezaron las tareas de relleno del lote, con decenas, cientos, miles de camiones y máquinas para mover tierra e ir delineando el terreno.
Sorteando el calendario climático, ya que unos milímetros de lluvia frenaban en seco los movimientos, y eso tampoco podía evitarse.
Fueron 3 años de construcción, y tras los detalles finales llegó la inauguración del Club a fines de agosto de 2009.
Preservando los cimientos intangibles
Por un carril paralelo, aunque con los mismos protagonistas, se desplegaban las conversaciones sobre el marco “filosófico” del proyecto: ideas, roles, identidad y cultura.
Dar forma a una base significativa enfatizando los valores fundacionales y el espíritu de la iniciativa.
Definir la identidad, aliar y graficar al “tero”, comunicar los valores principales: compañerismo, juego limpio, amistad, competencia sana.
Preservar lo intangible como el cimiento sólido para asegurar la perdurabilidad y trascendencia del proyecto.
La misión de crear un espacio inclusivo y familiar, donde se promovieran el respeto, la tolerancia y la amistad.
El objetivo de convocar a profesionales de excelencia para contar con propuestas tentadoras y superadoras.
Raíces fundacionales que dan sustento a un Club cada día más querido, y que en 2024 cumple sus primeros 15 años de existencia.